VIRGEM CISTERCIENSE (+1256)
Fue la menor de las tres santas princesas hijas de Sancho I de Portugal y Aldonza de Aragón. Educada en honda piedad, como se estilaba en un hogar donde una madre virtuosa marcaba la pauta que debía seguirse en la educación de sus hijos, pasamos por alto todo cuanto pudiéramos decir sobre este punto y nos situamos de lleno en el punto culminante de su vida, que a mi modo de ver está en que iba a ser esta princesa una víctima más de los manejos humanos en una época en que los matrimonios los concertaban las personas allegadas de la familia, sin tener en cuenta para nada las circunstancias de los contrayentes, aunque hubiera entre ellos grandes diferencias de edad, como le iba a suceder a Mafalda. Las razones de Estado mandaban sobre todas las aspiraciones de los jóvenes que habían nascido en un palacio real.
Acababa de bajar al sepulcro Alfonso VIII de Castilla, y el Conde de Lara aprovechó para tomar las riendas del reino castellano, así como la tutela de Enrique I, heredero del trono, que sólo contaba once o doce años, en contra de los derechos de su hermana doña Berenguela a quien correspondía la regencia, según testamento de su padre, a la que encerró en el castillo de Autillo para que no diera guerra. El de Lara no quería que una mujer se encargara del gobierno del Estado, sobre todo si la interesada era persona de carácter, como lo era Berenguela, hija mayor de Alfonso VIII, quien hubiera entorpecido sus pretensiones ambiciosas. En cambio, la corona de la cabeza de un rapazuelo le daba pie para mangonear a sus anchas, hasta que llegara su mayor edad, y entre tanto él era el amo de Castilla.
Con objeto de afianzarse en estos planes, ideó desposar al pequeño infante buscándole una princesa. Acudió a la corte portuguesa, y no obstante el mal resultado que había tenido Teresa, la hermana mayor de los reyes portugueses, aceptaron éstos en la misma forma que hicieron con aquella en desposar a Mafalda con el pequeño príncipe, sin tener en cuenta, además que le doblaba la edad, podía ser su madre. Celebráronse los esponsales en 1215, aplazando para más tarde celebrar el matrimonio.
Entretanto, doña Berenguela dio cuenta en Roma de la situación, como se habían celebrado los esponsales sin la consabida dispensa del grado prohibido entre ambos consortes. El papa anuló los esponsales, por lo que quedaba frustrado el proyectado matrimonio. Poco después, hallándose el infante jugando con los chavales en el patio del palacio episcopal de Palencia, fallecía víctima de caída casual o intencionada de una teja del alero, quedando la princesa lusitana libre de todo compromiso para volver a su tierra, con la flor de la virginidad intacta, pues no es creíble que siendo un niño el prometido, convivieron juntos, fuera de que no existió verdadero matrimonio entre ambos.
Después de este fracaso, que no la cogió de sorpresa, pues conocía perfectamente el caso de su hermana Teresa, que tuvo que dejar el trono de León unos años antes por imposiciones de la Santa Sede, a causa de haber contraído matrimonio en grado prohibido sin haber obtenido antes la dispensa. Regresó a Portugal, y no quiso saber más de matrimonios, sino imitó el ejemplo de las dos hermanas, Sancha y Teresa, quienes habían optado por Cristo ambas, reformando cada una de ellas un monasterio – Lorvão y Celas – y haciéndose religiosas en los mismos.
Seguiría su ejemplo. Aprovechó que su padre le había dejado en el testamento la protección del monasterio de Arouca, se recluyó en él, abrazó la vida monástica y fue un dechado de perfección, entregándose a realizar continuas obras de caridad con los pobres y viviendo en plenitud el carisma cisterciense, con perfección tal que logró la muerte de los santos en el año 1256. La villa de Arouca la tiene como patrona insigne y celebra su fiesta anual todos los años el día 2 de mayo, fecha en que Crisóstomo Henriquez recoge su memoria en el Menologio de la Orden.
P. Damán Yáñez
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